El concepto lógico de “identidad”, es muy empleado en filosofía, para designar el carácter de todo aquello que permanece único e idéntico a sí mismo, pese a tener diferentes apariencias o pueda ser percibido de distinta forma. La identidad se contrapone, en cierto modo, a la variedad, y siempre supone un rasgo de permanencia e invariabilidad. En la historia de la filosofía, la afirmación de la identidad como uno de los rasgos del verdadero ser ha sido muy utilizada desde Parménides, que ya afirmó el carácter idéntico del ser. Por el contrario, otras posturas filosóficas han afirmado que es precisamente la posibilidad de variación y modificación (es decir, la ausencia de identidad) la que caracteriza el verdadero ser (tal es el caso de Heráclito y de las filosofías que admiten el cambio y el devenir como rasgos esenciales de la realidad).
A simple vista, puede percibirse el carácter universalizado del concepto "identidad cultural". Supone, por una parte, una función cuantitativa - respecto del número y variedad de individuos a los que unifica- y, por otra, una función disciplinaria -respecto del rol de las instituciones para producir y conservar discursos de identidad con las reglas de acceso a ellos y las posiciones relacionadas con el hacer y el representar de los individuos en las sociedades.La forma, tal vez, más evidente en que se muestra la identificación de los individuos con una cultura es en la aceptación de los valores éticos y morales que actúan como soportes y referentes para preservar el orden de la sociedad. Su aceptación y cumplimiento hacen más soportable las tareas que los individuos deben cumplir y, a la vez que conserva a los individuos en el grupo, limita la acción del indiferente y el peligro de los disidentes. En este sentido, se dice que los valores expresan la tensión entre el deseo (del individuo) y lo realizable (en lo social). Tal tensión es productiva mientras los individuos puedan representarse su propia existencia y darse una imagen estable y duradera de sí mismos, lo que es posible con una memoria atenta que actualice una vez más e integre de manera permanente los acontecimientos que fundan su propia identidad y los proyecte como orientación hacia acciones futuras responsables y creativas.Esta tensión es inmanente a todo imaginario social, ya que las tradiciones heredadas del pasado y las iniciativas de cambio del presente se expresan en ellos.
La estructura simbólica de la memoria social se encuentra representada en las ideologías. Estas son las que difunden los acontecimientos constitutivos de la identidad de las comunidades, de lo que se desprende su carácter preservante, legitimante e integrador."La función de la ideología -dice Paul Ricoeur- es la de servir como posta a la memoria colectiva con el fin de que el valor inaugural de los acontecimientos fundadores se convierta en objeto de la creencia de todo el grupo"La ideología tiene como antítesis la utopía cuya naturaleza denuncia el carácter distorsionado y encubridor de las ideologías triunfantes. "Es la expresión de todas las potencialidades de un grupo que se encuentra reprimido por un orden existente; es un ejercicio de la imaginación para pensar de otra manera la manera de ser del ser social".No es casual que se las interprete, muy livianamente por cierto, como generadoras de desorden, de sin-sentido y de pérdida de credibilidad en lo fundacional.
El resultado es un ataque deliberado a la diversidad, el silenciamiento de los discursos diferentes con la enunciación ideológica de conceptos pseudo universales para legitimarse como autoridad, domesticando el recuerdo, creando estereotipos si faltaran y justificando el accionar de la autoridad como garantía de permanencia y continuidad de los valores. Ante la eventualidad de la pérdida del sentido del actuar, la eficacia de la retórica de la ideología es abrumadora porque, como dice Ricoeur, si una sociedad no puede mantenerse sin normas, tampoco puede hacerlo sin un discurso público persuasivo que codifique toda realidad.Aun siendo tan diferente el accionar de una y otra, lo cierto es que la ideología y la utopía se complementan porque parten del mismo suelo referencial de la identidad cultural, realidad dinámica y no dogmática, por cierto.
Pero cuando una sociedad se enfrenta ante el desorden, la ineficacia e incomunicabilidad de los valores y la falta de horizonte al carecer de objetivos comunes, se hacen evidentes los síntomas de una crisis de identidad que se manifiesta en todas las instituciones de la cultura: las familiares, las laborales, las políticas, la estatal, las educativas, las religiosas, etc. , y la causa de esta crisis posee un estrecho vínculo con esa identidad latinoamericana que se enfrenta continuamente a los cambios de un constructivismo (o bien destructivismo) activo, donde los individuos que deberían componerla forjan sus principios en colectividades y pensamientos nimios de otros lugares del mundo (adoptando más la apariencia que la esencia), con preceptos ideológicos completamente ajenos a nuestras raíces: la raza menospreciada de tiempos remotos y distantes a la empresa colonizadora europea; refiriéndome específicamente a los aborígenes que gobernaron domando la hostilidad de nuestro amenazador relieve. Si no se es capaz de reconocer aquellas raíces que fundan la propia existencia de nuestra raza, resulta imposible reconocernos a nosotros mismos como parte de una sociedad marcada por la fusión cultural y racial que comenzó a desarrollarse en todas sus formas desde ese momento.
Así, hoy nos enfrentamos diariamente al pesimismo, al escepticismo de todas las generaciones que conviven en la actualidad y a la incomunicación existente entre ellas. Falta el discurso vinculante, falta el criterio unificador con que interpretar la realidad que evidencia el mestizaje, pero, por sobre todas las cosas, falta la voluntad social, comunitaria de hacerlo. Cualquier individuo es prescindible y, lo que es peor aun, como consecuencia de ello, no se sabe a qué grupo pertenece, y por esa razón necesita unirse a la minoría representante de sí mismo. Es por las abundantes minorías precisamente, que el consenso ideológico se construye y se destruye constantemente, esperando encontrar un camino que desemboque en la unificación moral, ética y social de cada ente de la cual se compone la sociedad latinoamericana.
Lo que pudo haber sido utopía para otros, hoy, sencillamente, resulta insoportable. Si la promesa de un tiempo de ocio era entendida como el derecho ganado por la dedicación laboral al progreso de la sociedad en beneficio de las generaciones venideras, hoy se ha convertido en tiempo de desocupación con las consecuencias que se enfrentan a diario: olas delictivas, inseguridad física, angustia ante un futuro y un presente inciertos. Asistimos entonces, a un momento sintomático para pensar las razones de la crisis y no para pensar una solución que cada individuo podría aportar para lograr así, hablar de un concepto de identidad acertado, desde un punto de vista ontológico concordante con nuestra realidad universal.
N. de A: es irrisorio, que con este ensayo consiga el primer lugar en un concurso interno. el saint john y las voladas. porke la tesis obtenida inductivamente habla de verdades que evadimos. que predicamos.
y no practicamos.
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