En el mes de diciembre del año 2005, ocurrió un brutal asesinato, donde el corazón de un hombre fue apretado hasta explotar bajo unas cuerdas que servían para detener los botes y así impedir que la marea se los llevara.Lo cierto, es que él fue mi víctima, y yo la que cometió el crimen. No usé mis manos para matarlo, y eso es suficiente para expiar mi culpa. Él mismo hizo el trabajo sucio. Ahora debe estar en el infierno, porque eso le dicen a las personas que son íntimas amigas del suicidio.La historia comienza con una mentira perversa, que le fue otorgada a un ser humano cuyo destino no podía mezclarse con el mio, pero como siempre las cosas prohibidas han de ser lo que induce al ser humano a transgredirlas y así como llegan, también se van por el camino más fácil de enmendar sus errores.
La primera vez que él me llamó por teléfono, estaba empezando la pintura de una dama detrás de una ventana donde las cortinas se movían con el viento que entraba desde una ventana cerrada, e incluso tuve que postergar ese momento porque hablamos mucho rato, y cada palabra estaba llena de tristeza. Buscaba en mi, una especie de salvación. Me obligaba indirectamente a que fuese su mesías, aunque yo no podía... no quería. Tenía muchos años más que yo, y una vez más me encontraba frente a alguien que quería que diese algo que no tenía, y que no pensaba dar ni aunque lo tuviese.
Pero si di algo que no existía, y procuré una salvación peligrosa que lo elevó a un punto de no poder subir más y luego dejarlo caer.
"A las 5, en la estación de trenes".
Ahí estaba yo, a la hora indicada. Él con su guitarra blanca excepcional bajaban la escalera mientras el guardia lo miraba por su apariencia un tanto psicodélica. Me forcé una sonrisa y aguanté un abrazo. Di por primera vez un beso compasivo. Creo que la maldad moral me consumía enteramente, y lo peor es que significaba un goce interminable. Esa tarde la pasamos juntos sentados mirando el ir y venir de la gente, hablando cada vez mas de la vida... es decir, de su vida, porque nunca revelé nada que perteneciera enteramente a lo que soy.
Y yo lo salvaba en cada mirada, y mentía, y aguantaba, y el vaso nunca se colmaba. Todo era soportable urdido bajo esa horrenda mentira que jamás parecía acabar.
Un día me dijo que me amaba. Yo le dije que lo amaba sin sentir ni siquiera algo parecido. Le hice creer cosas que nunca fueron.
Entonces, cuando se sintió totalmente salvado. Desaté el nudo y el cayó por un precipicio a la deriva. Quedó agonizando, por lo que decidió quitarse la vida.
Conclusión: Nunca jueguen a ser el cielo de alguien.
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