Las manos que salían del aire para acariciar el semblante de todos los que vivían en la casa maldita, volvieron a adentrarse en la densa oscuridad que rodeaba sus viejos cimientos. El terror de dormir una noche más ahí se había quedado estancado en los rincones; bajo la escalera y dentro de los armarios. Un año tardó en llegar el día en el que cruzaríamos el umbral de la puerta para nunca volver a enfrentar fuerzas más poderosas que la voluntad que poníamos en evitar sugestiones y hacer del día algo "normal".
La Vieja, continuó maldiciendo durante toda su estadía, a un espectro que la vigilaba de cerca y que trataba de asustarla.
"Viejo imbécil, ésta casa no es mía así que no me jodas a mi."
Mientras cocinaba solía gritarle al aire nuestros nombres, porque pensaba que alguno de mis hermanos pretendía gastarle una broma. Los cigarros pasaban rápidamente en intervalos cada vez más reducidos. Creo que la Vieja no perdía el tiempo en tener miedo: prefería ocuparlo en insultar a la invisibilidad y en cuidar de mi madre.
Había pasado poco tiempo desde que al llegar del colegio, me encontré con cinco personas que sellaban todos los espejos y las puertas en donde era capaz de existir un reflejo. Mi madre lloraba frenéticamente sin decir nada a nadie. Repetía para si que no soportaría un día más en la casa y si no nos ibamos de ahí, acabaría quitándose la vida. No era muy difícil comprender qué era lo que sucedía, por que a juzgar por la apariencia que tenían todos, resultaba obvio que algo había acontecido pero no podían siquiera hablarlo.
Mi espalda estaba débil aun después de la intervención quirúrgica que realizaron los médicos luego de estar en cama durante casi un mes en casa de mi abuela. No esperaban que pudiese sanarme si me quedaba en ese lugar, aunque nadíe fundamentaba desiciones en aquel momento. Al parecer actuaban guiados por el miedo y la angustia de que su destino dependiese estrechamente de la voluntad de "eso que nadie veía", pero sí sentía.
Cuando no quedó espejo ni puerta por sellar, mis padres decidieron marcharse de ahí cuanto antes. En lo posible el fin de semana sin importar el costo o las dificultades que hubiese que sortear para lograrlo. Era una desición irrebatible, que increíblemente, nadie estaba preocupado de rebatir.
Entonces llegó el día en que las cosas una a una salían de la casa y eran acomodadas en un camión. Aún continuaba algo inútil, porque no podía con muebles demasiado pesados para llevarlos, pero no era nada comparado con las ansias de salir de ahí. Todos estaban demasiado atareados y empujados por su propia voluntad para terminar luego con la prolongada tortura.
La Vieja descansaba en una silla en el comedor, así que me situé junto a ella para hablar cualquier cosa que mantuviera mi cabeza en otro lado.
"Bueno Vieja... cada vez queda menos..."
Un golpe seco interrumpió mis palabras. La señora que había aparecido hace unos meses volvía, y parecía muy alegre. Había entrado por la puerta trasera sin previo aviso, golpeado la puerta y ahora se dirigía hacia el comedor, donde estabamos sentadas.
"Disculpen, pero hay algo que me faltó decir la otra vez que pasé por aquí"
Soltó una risa maliciosa, quizás un tanto forzada para la situación.
"Jovencita, ¿Cuántas veces la viste?"
Se dirigía con cierta ironía, pretendiendo saber que entendía qué era lo que quería decir.
"¿Ver a quién? Veo a muchas personas todos los días y con usted me basta. No entiendo cuál es el motivo por el que usted viene a decir lo que yo y mi familia tenemos que hacer. "
Esbozó una sonriza chueca, con dientes amarillentos y gastados.
"Sabes perfectamente, que me refiero a la mujer que se colgó en la escalera..."
Hizo una pausa que enseñó el rasguido de un mueble sobre el piso.
"...que llevaba a tu habitación. Era la empleada de los dueños de ésta casa, y un tanto apática, te diré."
La señora se dio la media vuelta, y no la volvimos a ver nunca más. Una vez más el escalofrío remeció mi cuerpo, pero al menos estaba segura. Desde ese momento entendí todo, y a la vez lo deseché y como dije, prometí olvidar lo que ahora recuerdo con vivas imágenes en mi mente
La Vieja, continuó maldiciendo durante toda su estadía, a un espectro que la vigilaba de cerca y que trataba de asustarla.
"Viejo imbécil, ésta casa no es mía así que no me jodas a mi."
Mientras cocinaba solía gritarle al aire nuestros nombres, porque pensaba que alguno de mis hermanos pretendía gastarle una broma. Los cigarros pasaban rápidamente en intervalos cada vez más reducidos. Creo que la Vieja no perdía el tiempo en tener miedo: prefería ocuparlo en insultar a la invisibilidad y en cuidar de mi madre.
Había pasado poco tiempo desde que al llegar del colegio, me encontré con cinco personas que sellaban todos los espejos y las puertas en donde era capaz de existir un reflejo. Mi madre lloraba frenéticamente sin decir nada a nadie. Repetía para si que no soportaría un día más en la casa y si no nos ibamos de ahí, acabaría quitándose la vida. No era muy difícil comprender qué era lo que sucedía, por que a juzgar por la apariencia que tenían todos, resultaba obvio que algo había acontecido pero no podían siquiera hablarlo.
Mi espalda estaba débil aun después de la intervención quirúrgica que realizaron los médicos luego de estar en cama durante casi un mes en casa de mi abuela. No esperaban que pudiese sanarme si me quedaba en ese lugar, aunque nadíe fundamentaba desiciones en aquel momento. Al parecer actuaban guiados por el miedo y la angustia de que su destino dependiese estrechamente de la voluntad de "eso que nadie veía", pero sí sentía.
Cuando no quedó espejo ni puerta por sellar, mis padres decidieron marcharse de ahí cuanto antes. En lo posible el fin de semana sin importar el costo o las dificultades que hubiese que sortear para lograrlo. Era una desición irrebatible, que increíblemente, nadie estaba preocupado de rebatir.
Entonces llegó el día en que las cosas una a una salían de la casa y eran acomodadas en un camión. Aún continuaba algo inútil, porque no podía con muebles demasiado pesados para llevarlos, pero no era nada comparado con las ansias de salir de ahí. Todos estaban demasiado atareados y empujados por su propia voluntad para terminar luego con la prolongada tortura.
La Vieja descansaba en una silla en el comedor, así que me situé junto a ella para hablar cualquier cosa que mantuviera mi cabeza en otro lado.
"Bueno Vieja... cada vez queda menos..."
Un golpe seco interrumpió mis palabras. La señora que había aparecido hace unos meses volvía, y parecía muy alegre. Había entrado por la puerta trasera sin previo aviso, golpeado la puerta y ahora se dirigía hacia el comedor, donde estabamos sentadas.
"Disculpen, pero hay algo que me faltó decir la otra vez que pasé por aquí"
Soltó una risa maliciosa, quizás un tanto forzada para la situación.
"Jovencita, ¿Cuántas veces la viste?"
Se dirigía con cierta ironía, pretendiendo saber que entendía qué era lo que quería decir.
"¿Ver a quién? Veo a muchas personas todos los días y con usted me basta. No entiendo cuál es el motivo por el que usted viene a decir lo que yo y mi familia tenemos que hacer. "
Esbozó una sonriza chueca, con dientes amarillentos y gastados.
"Sabes perfectamente, que me refiero a la mujer que se colgó en la escalera..."
Hizo una pausa que enseñó el rasguido de un mueble sobre el piso.
"...que llevaba a tu habitación. Era la empleada de los dueños de ésta casa, y un tanto apática, te diré."
La señora se dio la media vuelta, y no la volvimos a ver nunca más. Una vez más el escalofrío remeció mi cuerpo, pero al menos estaba segura. Desde ese momento entendí todo, y a la vez lo deseché y como dije, prometí olvidar lo que ahora recuerdo con vivas imágenes en mi mente
No hay comentarios:
Publicar un comentario