viernes, 16 de febrero de 2007

Recuerdo Nº 7- El Pintor

La pintura de la esquina, se erigía ante mis ojos como una implacable coraza salpicada de emociones transformadas y mimetizadas en los colores impresionistas. Las mujeres vestidas de blanco que recogían ramas en medio de un páramo amarillo, se movían al compás de las ráfagas de viento que llevaba consigo las nubes pálidas de un día de verano. Los árboles sin embargo, no logran ser sacados de esa posición estática que otorga el pasar de los años y que no puede borrar siquiera el grito estruendoso de las tormentas en invierno. Era sin duda, la clase obrera europea de una época no muy distinta a esta.
No a mucha distancia, sentía la presencia de una mirada que se dirigía directo a una lágrima que se deslizaba suavemente por mi rostro hasta deshacerse instantáneamente con el impacto de la fría cerámica de esa galería de arte.
El tipo a lo lejos observaba mis movimientos, como si quisiera decir, inquirir o aportar algo que sin duda, no serviría de mucho. Era la segunda exposición que visitaba en el día: la primera había sido de fotografías un tanto sensacionalistas, si es que resulte válido calificarlas así, pero de igual manera servían como un refugio cálido.
"Aquí está la maldita mujer de acero, sintiendo cómo esas lágrimas congeladas intentan derretir esa coraza..."
Pienso ésto mientras observo una marea que cada vez parece ir creciendo. Puede que llegue el momento en que sea tan alta, que se lleve todo lo que hay a su alrededor.
"Cuánto desearía que mi vida culminara con la misma rapidez que se mueven esas aguas"
Unos pasos resuenan a lo largo de la estancia. Se acercan cautelosos; casi como si se tratara de palabras. Siento cómo intento de no prestar atención a la presencia inoportuna de aquel tipo, pero es en vano: sus dedos huesudos se posaron en mi hombro.
"¿Te gusta esa pintura?"
Pregunta el hombre con un acento argentino muy marcado, que tampoco parece esperar respuesta.
"Pienso que las personas que pintan algunos rasgos de la clase obrera son más bien engreídas, y lejos de mostrar algún tipo de comprensión o de apoyo a ésta, parece como si se lograra lo contrario: la superioridad que se siente estar en lo que llamo "el vaso medio lleno" de la sociedad. "
Mi semblante no cambiaba. El tipo era perturbador hasta en su modo de respirar. Sus dedos se despegaron inmediatamente al notar el tono de rechazo.
"¿Te gusta esa pintura?"
Repitió.
"¿Por qué me preguntas a mí si no tengo idea de pintura? Si, me gusta mucho aunque de nada sirva lo que diga. Me gusta observarla pero no se si está buena o mala. No sé si está bien el uso de técnicas o algo así"
Esbozó una sonriza sincera. Al parecer se trataba de su exposición, y el que la elogiara no le iba mal.
"Tenés cara de pintar también"
"¿Quién te dijo a ti que yo pintaba?"
Hizo un gesto de falsa modestia hacia sí mismo.
"Pinto desde que tenía siete años, y los chilenos que pintan son pocos creo. Tú tenés la cara de pintar."
El hombre me comenzaba a irritar. Quería enviarlo lejos de donde estaba. No quería que nadie se involucrara conmigo a esa altura del día.
"Si, pinto con la sangre de la gente que no me conoce y se cree con el derecho de clasificarme dentro de su diccionario de webadas fútiles y disfuncionales tal y como..."
"...A vos no te insulté"
"Disculpa"
Rompí a llorar. Exploté de la rabia conmigo misma, exploté de la tristeza que sentía por todos los sucesos ocurridos la noche anterior en los que me daba cuenta que todo el tiempo que había creído que estaba bien aprovechado, en realidad había sido malgastado al lado de algo inerte, sin vida. Tan frío que había logrado congelarme.
Salí corriendo, evitando las palabras que decía (y que no recuerdo). Miré hacia atrás justo cuando gritó algo y caí. Me dolía el tobillo.
El tipo llego hacia donde estaba y me tomó en brazos. Creo que en ese instante lo detestaba más que nunca. Porque era uruguayo (al final no era argentino), porque se metía en lo que no le interesaba, y porque... no sé porque.
Avanzó unos pasos y llegó a una puerta. Era la puerta de su estudio.
Ahí dentro habían cuadros hermosos, óleos botados, marcos de cuadros y paños con diluyente esparcidos a lo largo de la habitación. Me solté de él y me sente en una silla. El dolor del tobillo me apestaba. Quería salir de ahí lo más pronto posible.
"¿Te duele mucho el tobillo?"
"...Me gustan mucho tus pinturas. Prefiero las que están aquí. Me quiero ir."
El pintor se daba vueltas por la sala. Como si pensara qué era lo que debía hacer. Bajó la mirada de súbito.
"Sacáte ese zapato que tenés el tobillo hinchado."
"Que se pudra la webada. ¿Puedo irme ya?"
Intenté ponerme de pie, pero no pude. Pensé que oiría o vería una mueca de triunfo en ese tipo, pero no fue así. Se arrodillo y me torció el pie hasta que grité de dolor.
"Imbécil, me dolía menos antes."
"Calláte que ahora estará mucho mejor."
Y así fue. Luego de quince minutos logré sostenerme para salir sin decir ni una palabra sobre lo que había sucedido. No quería ser el objeto de burlas de nada ni nadie. El pintor, que tenía veintiseis años me llevó hasta la salida, aunque no se lo hubiera pedido.
"Podés llevarte una pintura: la que querás."
"No gracias, intentaré olvidar éste día y creo que una pintura tuya de esas que "Impresionan", podría recordarme mucho más la tarde que pasé con el pintor argentino arrogante."
"Soy uruguayo."
"Como sea, hablan igual. Capaz hasta son iguales."
"Hace bien llorar, sabés. Intentaré tener cuadros mejores si vuelves por aquí alguna vez."
Mi mirada no se despegaba del suelo. Eran casi las nueve de la noche, en el mes de septiembre. Estaba oscuro.
"No creo... que eso suceda. Adiós."
Y me fuí a mi casa caminando. Y ahora me doi cuenta que de haber tenido o no su pintura, al pintor lo recuerdo sin la necesidad de ella.

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